Renacimiento del siglo XV
Florencia
La pintura del Quattrocento parte formalmente de la reacción contra el gótico internacional. Su gran preocupación es la búsqueda de un nuevo sistema de representación visual: la perspectiva y la proporción. Por eso, la renovación de la pintura, la formulación de un nuevo lenguaje no fue en ningún caso una recuperación o un renacimiento sino la elaboración de un nuevo sistema plástico.
El Renacimiento
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En éste jugó un papel primordial la elaboración de un sistema de representación basado en la perspectiva. La pintura se entiende como un escenario, una ventana abierta, vistas desde un punto y en relación con una concepción del espacio tridimensional. El tratamiento del color, las arquitecturas de los escenarios (habitualmente inventadas por los pintores), las referencias al paisaje se conciben siempre remitidos a un punto estático de observación: el ojo del pintor.
Durante la primera mitad de siglo se ponen las bases y se formulan las diferentes posibilidades del nuevo sistema. Mediado el siglo, los pintores intentan utilizar el nuevo lenguaje para perfeccionarlo técnicamente. Avanzan en el desarrollo de la anatomía, del movimiento y en la configuración de cánones proporcionales basados en el cuerpo humano y en la denominada «proporción áurea» o «divina proporción», de resonancias pitagóricas. Intentan también desarrollar los temas mitológicos, tratados como alegorías filosóficas. Mezclan Antigüedad y cristianismo, y con ello provocan la ira del predicador Savonarola en la crisis que sufre Florencia a finales de siglo.
Paralelamente al protagonismo florentino se suceden las experiencias pictóricas de otras escuelas formadas en otras regiones italianas y que, en conjunto, contribuyen a crear el lenguaje pictórico renacentista caracterizado básicamente por la diversidad de tendencias. Florencia será, como en las demás artes, la ciudad en la que se inicia esta nueva concepción de la pintura, orientada hacia un clasicismo ideal y un estilo basado en el valor del dibujo como fundamento de la pintura. Por el contrario, en otras ciudades como Venecia será la sutileza de los juegos cromáticos, o la expresividad, el rasgo singular y distintivo de sus pintores.
Masaccio (1401 – 1428)
Será el iniciador, junto con su maestro Masolino de la nueva pintura. Losfrescos de la Capilla Brancacci (en la Iglesia del Carmine, en Florencia), pueden considerarse como el manifiesto inicial de la pintura renacentista. En su pintura el «Tributo de la moneda» (Capilla Brancacci), el pintor establece un sistema armónico de composición, proporcionando una monumentalidad clásica a las figuras. En ellas se aprecia el efecto contundente de la luz como instrumento válido para subrayar el volumen y los efectos de profundidad en el color del escenario pictórico. Masaccio pinta con el color y modela con él, prescindiendo de la línea. La corporeidad de sus figuras es real e inmediata; su tratamiento de la luz y del color constituyen los medios por los que consigue expresar la emoción y el sentimiento, el drama de la vida del hombre y acentuar aún más la sensación de profundidad conseguida con la perspectiva.
Andrea del Castagno (1419 – 1457)
En una preocupación por la concepción de un espacio tridimensional se mueve la pintura de Andrea del Castagno si bien, como en su fresco «La última Cena» (Santa Apolonia, Florencia), acentúa el valor de la perspectiva lineal, como articulaciones del escenario y la introducción de una dimensión profundamente humana de los personajes. El artesonado del techo y la decoración de los muros constituyen los objetos que configuran el espacio como un entramado en perspectiva de un escenario teatral. Los personajes, ejecutados en función de la perspectiva, aparecen dotados de una dureza y de un vigor realista sin precedentes, en los que Cristo y los apóstoles son hombres toscos salidos del pueblo. Andrea del Castagno elimina cualquier idea preconcebida sobre la belleza. Castagno recogerá la experiencia de Masaccio y de Donatello. Su estilo es duro y tenso, lleno de dramatismo y no exento de sabor popular.
Paolo Uccello (1397 – 1475)
Pero el pintor que llevó más lejos las investigaciones sobre el problema de la perspectiva fue Paolo Uccello, pintor que inicia su actividad influido por la tradición gótica y que evoluciona hacia una precisa concepción de la perspectiva ideal de la realidad. Sus batallas que se encuentran en el Museo del Louvre, París, la Galería de los Uffizzi, en Florencia y en el National Gallery de Londres, son un claro ejemplo de esta preocupación experimental. Ucello reduce los objetos a formas geométricas ideales situándolos en un escenario como puntos de referencia espacial y perspectiva matizados por una luz que trasciende la idea de realidad. En cuanto a la composición, Ucello organiza el cuadro como si se tratara de una escenografía teatral, en la que el espacio en perspectiva no se construye matemáticamente, sino a través de los escorzos de los caballos, de las lanzas y de otros objetos que aparecen desperdigados. Con Ucello, resulta evidente que el lenguaje del Quattrocento no es unitario, sino que se desarrollan diversas propuestas estilísticas.
Piero della Francesca (1420-1492)
También el problema de la luz y el volumen fue la preocupación de Piero della Francesca, pintor que participa igualmente en esta experimentación formal. En su pintura existe una doble preocupación: por la luz como elemento capaz de configurar las figuras en una materialidad absoluta, prácticamente escultórica, y por las representaciones arquitectónicas, que se convierten en verdaderos elementos de la construcción de la perspectiva.
Sus frescos de la Iglesia de San Francisco de Arezzo están dedicados a las historias de Vera Cruz y son un ejemplo de esta síntesis entre volumen y una luminosidad ideal, casi mágica que logra una poética transcendente de lo real en las obras que realiza en Urbino como la Madonna de Federico de Montefeltro
Fra Angélico (1400 – 1455)
El nuevo lenguaje pictórico del Renacimiento no desplazó completamente las tradiciones góticas sino tras un largo período de tiempo. Artistas como Fra Angélico, cuya obra discurre paralelamente a la de algunos de los artistas ya citados, muestra la presencia de un goticismo alterado por el contacto de las nuevas experiencias. «La Anunciación» o sus obras en el convento de San Marcos de Florencia muestran claramente esta tendencia que abandonará, más tarde, durante su estancia en Roma. Este artista trabaja sobre todo en encargos de carácter religioso, en obras para monasterios e iglesias, y es el máximo exponente artístico de lo que se podría denominar «humanismo religioso». En su obra aparece constantemente la conciliación entre naturaleza e historia, pues ambas son dos aspectos de la revelación.
Filippo Lippi (1406 – 1469)
Otros artistas como Filippo Lippi (1406 – 1469), en sus madonas recurre a una estilización afán a la corriente citada junto a la práctica del clasicismo asimilado en todos sus principios. En un primer momento, su pintura refleja la preocupación por la luz y la capacidad objetiva de lo representado cuyo camino inicia Masaccio. Más tarde intenta conjugar los valores objetivos de la luz con los de la línea en un sistema que pretende integrar la veracidad con la belleza elegante y sensual. Su pintura se transforma en poesía y su estilo establece un puente entre Masaccio y Boticelli.
Sandro Botticelli (1445 – 1510)
Los últimos pintores del Quattrocento florentino expondrán una tendencia experimental que orientó las principales realizaciones de la pintura florentina de la primera mitad del siglo desplazándola en los últimos treinta años de la centuria por un arte que se orienta a la búsqueda de un ideal de belleza liberado, en cierto modo, de los principios normativos del clasicismo. Sandro Botticelli, es un claro representante de esta inflexión de la pintura florentina. Su pintura, influida por los ideales neoplatónicos imperantes en las corte de Lorenzo el Magnífico, plasma un ideal que, en sus composiciones mitológicas como «El Nacimiento de Venus» o «La primavera» subliman una poética del sentimiento.