Florencia 1445 – 1510
Sandro Botticelli es un claro representante de esos últimos pintores del Quattrocento florentino que se orientan, en los últimos treinta años de la centuria, por un arte hacia la búsqueda de un ideal de belleza liberado, en cierto modo, de los principios normativos del clasicismo.
La pintura de Botticelli estará influida por los ideales neoplatónicos imperantes en la corte de Lorenzo el Magnífico. Para el neoplatonismo la luz constituye el reflejo mismo de Dios, al que se considera el «ojo infinito que todo lo ve».
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Concebido el hombre como micro-cosmos, el ojo humano es el instrumento por el que el alma conoce la creación, y la vista el medio de conocimiento. La recuperación del concepto de belleza de la Antigüedad también se debe al neoplatonismo. La belleza terrenal es imagen de la belleza superior. El hombre despierta a los mundos superiores a través de su amor por la belleza. No es de extrañar que la divinidad pagana del amor y diosa de la Belleza, Venus, aparezca en las obras de artistas como Botticelli, influidos por el neoplatonismo florentino. Ese ideal de belleza se ve plasmado en sus composiciones mitológicas como en «El Nacimiento de Venus» o «La Primavera«, donde subliman una poética del sentimiento.